lunes, 12 de enero de 2015

Dicen que es más fácil que se me olvide la tarde

Creo que ha llegado el momento de escribirte nuevamente,
de ponerte otra vez en versos,
de llenarte de palabras los ojos que de tan vacíos ya no me miran,
ni de noche,
ni de reojo.

Ya te extraño, Andrés,
y sigo terca quejándome de tu partida,
y sigo preguntándole a la muerte,
corajuda, como siempre, tu nietecita,
que por qué te llevó tan pronto,
si yo todavía no acababa de entenderme con tu barriga,
si yo todavía no terminaba de pelearme contigo
por decirle a mi abuela que cht, que no, que luego.

Ya te extraño, Andresito,
todavía, aunque pasan los años
y dicen que es más fácil que se me olvide la tarde
en que no quise abrazarte cuando te me ibas,
porque he de decirte que me daba harto miedo verte tan sufriendo,
tan molido,
tan no siendo tú y que me dolieran los recuerdos,
en la arena
y en los ojos.

Y te extraño todavía, doctor,
aunque digan que ya estoy grandecita para tales lloriqueos
y demasiado joven para esos achaques del alma,
para esos quejidos costumbrosos
que se asoman cuando uno se dedica a escribir poemas
a estas horas imprudentes de la noche
y no sabe,
no sabe, Andresito,
que eso que se atora en el pescuezo
tiene sólo un nombre,
se pronuncia en silencio, despacio,
y es más fácil no hablar de ello
porque el tuétano se quiebra
en pedacitos
y entonces es bien fácil marchitarse
de tristeza.

Te extraño ya, abue,
y a veces se me juntan las ansias locas de alcanzarte
y que otra vez nademos,
y que de nuevo nos quedemos nomás mirando el techo,
escuchando el rugido del señor de los camotes,
recordando cosas que no vivimos juntos pero qué importaba,
viendo pasar la vida que se nos iba,
y no nos dimos cuenta, Andresito,
no nos dimos cuenta.

Y ya te extraño tanto, doctorcito,
aunque luego pienso que qué bueno que te fuiste
y que no te tocó ver que todo se iba directito a la chingada,
pero luego me enojo, Andrés, sin querer me enojo contigo,
porque me dejaste sola con mi alma y con los locos,
con tanta pinche muerte y desconsuelo,
sólo con As time goes by como refugio,
y te digo de a de veras que a veces no me basta,
porque ya no me quedan tus brazos por las tardes,
cuando es demasiado oscuro lo tupido que dejaste,
cuando truena demasiado recio la angustia,
cuando se quiebran las ventanas de la casa
y mi abuela nomás está sentada frente a la tele y no dice nada,
y no te recuerda, ni puede, ni quiere,
y yo qué más quisiera que irme contigo,
a Acapulco, a desayunar sopes temprano,
y tocar el fondo, en la última ola,
alcanzar el sol cuando se muere,
allá en el horizonte,
donde estás hundido,
donde están tus huesos,
tus moronas,
tus pedazos.

Ya te extraño, Andrés,
y a veces no te lo digo porque no sé si tan de lejos me oyes,
y me duele tu ausencia en demasía,
el silencio por respuesta que recibo,
porque ya sólo se escucha el rechinar del tocadiscos
que se quedó atorado de nostalgia,
repitiendo una nota que me recuerda que te marchaste,
que me recuerda que es bien canija la muerte,
que aunque estabas viejito, abue,
caprichosa, tu nietecita,
quería que paseáramos otro rato,
que nos echáramos otro round de canasta,
que me ganaras otra partida de dominó,
quería enseñarte que el verso sí atraviesa las costillas,
que las montañas crujen cuando amanece,
que puedo abrir el pecho debajo del mar,
que nací con los ojos demasiado abiertos
y en parte tú tienes la culpa,
que me enamoré ya muy tarde
del hombre que me mandaste,
que me rompiste el corazón por irte tan de día, Andresito
y que no me importaría, si siguieras conmigo,
tantito nomás.

Ya te extraño, doc,
y ya era justo y necesario escribirte otro de estos poemas largos
que nunca podré leerte,
que se irán contigo a la tumba,
a la ola, a la cresta, a la marea infinita
de la playa en el recuerdo,
otro de estos poemas que juntarán de vez en cuando
un par de lagañas
en los ya bien recorridos
surcos de mi pluma.

Ya te extraño, Andresito,
pero supongo que eso,
tú ya lo sabías. 


jueves, 6 de marzo de 2014

Quién (Para Panero, en un día triste)

Quién me dirá por las noches,
cuando tengo la mirada bien cerrada,
que no estoy soñando con otra de tantas locuras,
sino con la tuya misma,
con la nuestra,
como hace un loco.

Quién danzará aferrado al terror de mis ojos,
de la nieve que cae aún sobre mi cuerpo,
porque la noche es tan fría
que han de temblar los versos para no morirse.

Quién va a ensuciar mi alma
buscando mi sexo y no sólo,
si no eres tú,
con tus palabras broncas,
si no derramas todo el barro de la vida
sobre mi existencia de marchitos agapandos.

Quién ha de absolvernos del pecado de estar vivos
y sabernos locos
y mentirles a los niños en la calle,
todo el tiempo,
sin ti ahora caminando en las banquetas
de una España que se muere más de prisa
ya sin tu voz atropellada y sin pulso,
y así el mundo que también ha de morirse.

Quién si no tú ha sido vencedor de la piedra desnuda,
triunfante ante la garra y las raíces de la tierra
que no te dejaban ir
porque qué haríamos los otros
sin tu incandescencia lúcida
y tus camisas desgastadas.

Quién dejará ahora las ridículas colillas
tiradas donde sea,
trozos de verdad que ellos tildan de desquicie,
para el tropiezo de un recuerdo vagabundo
de otros tiempos más malditos
que hoy parecen terciopelo engalanado.

Y nos quedaremos día tras día, Panero,
esperando para que venga el ciervo,
azul como el poema,
a que sea la nada nuestro último epitafio,
la belleza única del suicidio,
única rosa, única flor,
rosa cúbica de la página
para que el hombre descubra
que no es un hombre.

lunes, 18 de febrero de 2013

Un cuarto

El tiempo tiñe de pena los jardines azulados.
De fracturas minúsculas las piedras de este cuerpo.
Pasa el agua sin ternura.
Sin tiento.
Quedamente.
Y quizá es aquello lo que duele.
La tinta que el tiempo va dejando en la escalera.
En el borde de la cama.
Mancha todo.
Opaca.
Lo azulado de la pluma y su barbarie.
Tanto duele cuando arrasa.
La caricia entintada de la tarde.
El silencio de los muertos en el patio.
El llamado de la tierra bajo los pies del caminante.
La flor que se marchita.
Y nosotros.
Marchitados.